Cada nueva encarnación es planeada con anticipación con la ayuda de nuestros Guías y Maestros Espirituales. Se hace una revisión de fallos y debilidades pasadas en consulta íntima con ellos, y se hacen planes para la aparición de oportunidades óptimas para la próxima vida con el fin de experimentar y vencer esas debilidades.
Estos acontecimientos pueden ocurrir durante esa vida de manera bastante arbitraria e inesperada, y algunas pueden incluso ser traumáticas, provocando que la personalidad abiertamente culpe al azar su ‘mala suerte’.
Sin embargo, todos esos acontecimientos han sido planificados previamente por la misma alma en niveles superiores para ser manifestados en algún momento durante la vida terrenal de esa alma. No son, como podría parecernos en el momento en que ocurren los hechos, el resultado del capricho arbitrario de un Azar despreocupado o de nuestro Creador.
Cuando el alma encarna sobre la Tierra también hace un ‘contrato’ con ella misma y con sus Guías Espirituales y con la Jerarquía Espiritual para comprometerse con una vida sobre la Tierra que tenga cierta duración, con el objeto de aprender lecciones específicas.
Si el alma encarnada subsecuentemente encuentra que las lecciones son muy difíciles y decide terminar con su vida prematuramente, tal es el caso de un suicidio, las lecciones no serán evitadas, solamente postpuestas. El alma necesitará entrar en el largo proceso de muerte y renacimiento y así vivir aquellos años remanentes y aprender aquellas lecciones que fueron evitadas previamente.
Este es el porqué la mayoría de nosotros, a nivel de conciencia de la Tierra, tenemos el instinto bien arraigado de que el suicidio es algo totalmente erróneo. De hecho no es solo una traición hacia nuestro plan Superior de evolución, también es un mal uso de las facilidades y oportunidades que nos fueron dadas por nuestro Creador y su Jerarquía Angélica y Espiritual.
A su vez, una comprensión más amplia de los múltiples conceptos del ‘libre albedrío’, karma y reencarnación hará más fácil para nosotros vislumbrar el ‘drama de la vida’ y la naturaleza fundamental del sufrimiento:
“El drama de la vida tiene un propósito: enseñarle a nuestra conciencia a evolucionar".
Karma y Reencarnación
La evolución supone aprender por medio de las elecciones, y para este fin nuestro creador nos ha otorgado el libre albedrío.
Aquí en la Tierra, el libre albedrío es utilizado, y sus consecuencias prendidas, en la forma más extrema y bajo las condiciones más difíciles.
En niveles más altos del ser es posible ver en un solo
momento los resultados probables de varios caminos alternativos. Se trata simplemente de tomar la decisión correcta. Pero
esta fase evolutiva terrestre está nublada por el “Velo del Olvido”, por ello
no nos es posible mirar hacia el futuro.
“El Universo funciona según un plan, y ese plan ha dividido el poder, o la creatividad, de manera proporcionada.
Nosotros, aquí en la Tierra, debemos aprender mediante el
arduo proceso de la experiencia física; debemos tomar decisiones, sopesar las
ventajas percibidas tanto para nosotros como para los demás, y luego
experimentar las consecuencias de nuestras decisiones.
Como punto central del concepto de libre albedrío se
encuentra la Ley del Karma, o la Ley de Causa y Efecto.
La Ley del Karma es también conocida como la Ley del
Equilibrio
También debemos entender que lo que damos en forma de
energía, creatividad o esfuerzo (poder) al Universo, eventualmente regresará a
nosotros. Igualmente, aquello que tomamos del Universo en forma de energía y
creatividad de los demás, es una deuda, que al final deberá quedar en
equilibrio por nuestras subsecuentes ofrendas.
Durante el proceso de vivir, evolucionar, experimentar y
aprender, nuestras acciones afectan a los demás, ya sea en forma dañina o
benéfica, y por tanto se incurre en numerosas y a veces complejas deudas en
nuestra propia Hoja de Balance evolutiva.
La Ley del Karma requiere que los efectos de nuestras
acciones sobre los otros, incluyendo todas las formas de vida, los reinos
animal, vegetal y mineral, deban estar siempre equilibrados. Cuando dañamos a
los demás, incurrimos en una deuda con nosotros mismos al igual que con estos.
Cuando otros nos dañan, ellos incurren en una deuda con ellos mismos al igual
que con nosotros.
Deudas por el bien o el mal, hechas por nosotros o por otros,
deben quedar equilibradas por ambas partes. De igual manera, cuando te haces
daño, quizá por el uso indebido de tu cuerpo físico, creas un desequilibrio,
una deuda contigo mismo que debe ser reparada por tu comprensión y rechazo a
tales acciones. Todo, al final, debe estar en equilibrio.
Por medio de esta Ley de Equilibrio, o de Causa y Efecto,
experimentamos y aprendemos de los resultados de nuestras acciones elegidas y
de las de otros.
De acciones equivocadas tomadas en circunstancias
específicas, le siguen efectos equivocados; debemos entonces revisar y recrear
esas circunstancias una y otra vez hasta que, habiendo aprendido de todos los
efectos desagradables por haber tomado el sendero equivocado, escojamos el
sendero correcto.
Esta es la Ley del Karma. Se presentarán pruebas instigadas
por nuestro Yo Superior Espiritual y serán repetidas hasta que sean “aprobadas”
por nuestro propio reconocimiento, aceptación y asimilación de la lección que
debe ser aprendida.
Los retos serán planeados por nosotros y repetidos hasta que
sean conquistados. Este proceso puede ocurrir como una lección corta que dure
un momento o un día; o puede tomar toda una vida, o varias vidas, incluso
varias encarnaciones. Pero nosotros, y solamente nosotros, requerimos que nuestras
lecciones sean, en última instancia, aprendidas completamente.
De igual manera, nuestras ‘buenas’ acciones, acciones que
muestran respeto por otras formas de vida, esos ‘actos de bondad al azar’ que
benefician a otros, ponen en acción una reacción en cadena positiva.
La Ley del Karma trabaja ‘automáticamente’. De forma
magnética atraemos hacia nosotros las ‘malas’ experiencias cuando tenemos
necesidad de aprender de ellas. De igual forma, cuando no necesitamos aprender
una lección en particular, no seremos tocados por ningún peligro ni ningún mal.
Resonamos magnéticamente hacia las experiencias buenas y malas, acercándolas a
nosotros cuando tenemos necesitad de aprender de ellas.
El propósito del karma no es el de castigo. Más bien es un
proceso de equilibrio y educación.
Todo lo que sucede en el plano de la Tierra no sucede por
casualidad, sino porque lo hemos atraído hacia nosotros a través de nuestro
comportamiento en esta o en vidas pasadas, y hemos aceptado conscientemente el
reto que esto representa.
Queda ampliamente comprendido que el concepto de ‘libre
albedrío’ nos permite escoger cómo vamos a reaccionar ante determinadas
circunstancias; sin embargo, es importante darnos cuenta que también
ejercitamos el ‘libre albedrío’ en nuestra selección de retos que hemos aceptado
tomar en cada encarnación. A través del ‘libre albedrío’ escogemos nuestros
retos y nuestras lecciones; a través del ‘libre albedrío’ escogemos cómo vamos
a reaccionar frente a ellos.
“Es difícil para aquellos que no aceptan el concepto de
reencarnación, de vida-tras- vida-tras-vida, ver el sufrimiento como un proceso
evolutivo. Pero cuando la reencarnación es aceptada como parte integral de
nuestro punto de vista sobre la evolución, es fácil comprender que hacemos
patente, con cada nuevo cuerpo físico, todo lo que hemos creado en otras vidas
terrenales, y en otros niveles de existencia más allá del plano físico de la
Tierra.
Traemos con nosotros no sólo nuestra sabiduría espiritual,
también los pecados del pasado, las lecciones que no hemos aprendido, el karma
que nos debemos a nosotros y a los demás. A medida que avanzamos en la vida que
ahora vivimos, automáticamente atraeremos hacia nosotros las lecciones que
hemos escogido aprender, el karma que hemos escogido transmutar.
“Por tanto, no existe la tragedia por azar. Todo lo que
sucede en el plano de la Tierra tiene una razón, un propósito.
Vivimos en un mundo en el cual muchas personas aparentemente
experimentan grandes tragedias. La tragedia le llega a las personas ya sea
porque la escogieron para su propio destino o porque les brindará una lección
en la vida que todavía no han aprendido.
La tragedia es trabajar la causa y el efecto; a medida que
experimentamos sus efectos, aprendemos a cambiar la causa.
La experiencia de una tragedia también enseña la simpatía y la compasión, la
habilidad para aceptar y perdonar las pequeñas imperfecciones de los demás,
para que ellos, a su vez, hagan lo mismo con nosotros.
“Si hay un punto en el que quiero hacer énfasis ahora es
éste: ese sufrimiento ha sido escogido por ti. No te lo da tu Creador como un
castigo. Tú lo escoges, voluntariamente, como una lección para aprender, como
una lección que tu alma necesita en este preciso momento de su evolución.”
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